domingo, 21 de agosto de 2011

Carta a mi querido Federico

cumplen 75 años de la muerte de un escritor mítico | Análisis

Carta a mi querido Federico

Ian GibsonEscritor.

Querido poeta:

Estamos en vísperas del 75º aniversario de tu asesinato en Granada aquel trágico verano de 1936. Me han invitado a dedicarte una columna pero he decidido que mejor una carta. Te pido perdón por el atrevimiento y por el tuteo, pero es que, después de medio siglo leyéndote, estudiando tu vida e investigando las circunstancias de tu muerte, tengo la sensación casi de conocerte personalmente, aunque no, desde luego, a fondo. ¿A fondo, tratándose de ti? Escribiste una vez: «Solo el misterio nos hace vivir. Solo el misterio». Mucho sabías tú del otro lado, qué duda cabe. Y si a tu querido Salvador Dalí le extrañaba, ¿cómo no me iba a extrañar, y fascinar, a mí?

zoomFederico García Lorca, en Lanjarón (Granada), en 1927.
Federico García Lorca, en Lanjarón (Granada), en 1927. ARCHIVO

Edición Impresa

Edición Impresa

Versión en .PDF

Información publicada en la página 51 de la sección de Espectáculos de la edición impresa del día 17 de agosto de 2011VER ARCHIVO (.PDF)

El más traducido
Te quiero decir en primer lugar que quienes creyeron que iban a acabar contigo pegándote unos tiros no lo han logrado, pues resulta que hoy eres nada más y nada menos que el poeta español más traducido, amado y llorado de todos los tiempos. Además no hay semana en que no se ponga en algún lugar del mundo una obra tuya, o una obra inspirada por o en ti. Con todo lo cual el mensaje de solidaridad con los que sufren que caracteriza tu creación literaria llega, pujante y alentador, a todos los rincones del planeta. Ningún escritor español, con la posible excepción de Cervantes, ha hecho tanto por España como tú.
La inevitable fama
Los vencedores solían alegar que debías tu celebridad a la manera de tu muerte y a la propaganda en torno de «los rojos». Ante el hecho consumado de tu universalidad ya no se atreven a tanto. La verdad es que tú no necesitabas tu terrible fin para alcanzar la gloria, tú naciste no solo poeta sino poeta -y dramaturgo- genial. Para cuando se llevó a cabo el crimen, ya te iban conociendo y admirando fuera cada vez más. Sobre todo en la América Latina, la «América nuestra», como decía tu admirado Rubén Darío. Tú sabías que no había manera de eludir la fama, que era inevitable. Y eras consciente del peligro que ello te suponía en una sociedad intolerante donde ser homosexual era un baldón y una invitación al rechazo.
Hoy en España, pese a la miserable derecha de siempre, la que acabó contigo, la situación de los gais, como ahora se dice, ha mejorado considerablemente. Pero la lucha sigue. A menudo medito sobre tu honda tristeza (que pocos sospechaban) al no poder vivir libremente tu vida amorosa. Hablabas, cuando ya te quedaba poco tiempo, de tu proyecto de construir una casa a orillas del Mediterráneo. Qué lástima que no lograras hacerlo, que nunca pudieras compartir con nadie un hogar propio.
Tablas para combatir tus penas las tenías de sobra, es cierto. ¿Cómo es posible que en un solo ser humano se reuniesen tantos dones, entre ellos el de la simpatía y el de la música? Dones que te convertían, cuando tú querías, en un one-man-show insuperable. Cuando tú querías, digo, porque cuando no, cuando te asediaba uno de tus «dramones», me consta que te ocultabas para que no te viera nadie.
Hablando de tu aspecto de juglar, ¡qué raro que todavía no hayan encontrado tu voz, tú que, más que ningún otro lírico de tu generación, siempre gustabas de mediar entre tus versos y el público, tú que eras el poema en carne viva! Sigo pensando que algún día se encontrará, quizás en Buenos Aires, donde tantas veces estuviste en la radio. Entretanto tenemos el consuelo de las canciones que grabaste al piano con La Argentinita en los días felices antes de la muerte, que tú entendiste premonitoria de la tuya, de Ignacio Sánchez Mejías.
La importancia de Granada
Decías que Granada te había hecho el poeta que eras. No solo la ciudad sino su campo, donde pasaste tus primeros once años. «Yo soy del corazón de la Vega de Granada», solías proclamar orgulloso. Y añadías que eras, en consecuencia, «un poeta telúrico». Pues bien, te tengo que decir que la Vega, antes hermosísima, se ha degradado de una manera espantosa. Con ello siguen despreciándote, pues, sin tu inmersión total en la cultura popular de la fértil llanura, no tendríamos tu maravillosa obra ni este lenguaje metafórico tuyo, surgido de las entrañas mismas de una tierra milenaria. A propósito, recuerdo siempre el «buey de agua» percibido así por un campesino amigo suyo (¡qué manera de «ver» un cauce profundo de agua lenta!) y tus «mil panderos de cristal que herían la madrugada».
Hay tantas cosas que te querría preguntar. Sobre todo, ¿dónde están tus restos? Sé que aquella madrugada de espanto no tuviste, poeta de la luna que eres, el consuelo de contemplarla por última vez sobre Granada. ¿En qué pensabas cuándo llegó el momento? ¿En el escalofriante paralelismo de tu destino con el de Mariana Pineda, que llevaste a las tablas? ¿En tu madre, la pobrecita? ¿En tu amado Rafael Rodríguez Rapún?
Preguntas sin respuesta. Solo se me ocurre la lacónica copla que citaste en tu conferencia sobre el cante jondo: «Subí a la muralla, / me contestó el viento: / ¿para qué tantos suspiritos / si ya no hay remedio?»

No hay comentarios:

Publicar un comentario