domingo, 21 de agosto de 2011

García Lorca bla, bla, bla…

opinión

García Lorca bla, bla, bla…

Gabriel Pozo Felguera | Actualizado 15.08.2011 - 01:00
Se aproxima el aniversario de la muerte de García Lorca. Como cada año, se acercarán a esta feria la habitual cohorte de buhoneros, vendedores de fábulas, cuentachismes y faranduleros. Unos mantendrán conjeturas más o menos lógicas sobre cómo, cuándo y dónde fusilaron al poeta granadino. Habrá quienes mantengan teorías exotéricas o revelaciones casi místicas del lugar donde descansa el cadáver. Incluso nos hablarán de geomagnetismo, radares y extraños artilugios empleados en su búsqueda, por supuesto avalados a diario por la NASA.

Aparecerán serios investigadores de la cosa lorquiana que nos deleitarán con la enésima teoría sobre las circunstancias de su muerte, en rigurosa exclusiva, por supuesto, que incluirá la numeración del casquillo de bala que le voló los sesos. Otros querrán vendernos el alambre radiofónico donde está grabada la voz del poeta en Argentina, que ya debe de haberse convertido en psicofonía. Aflorarán quienes se acerquen a las autoridades a vender documentos y planos fiabilísimos para dar con los huesos más buscados de la piel de toro. Y, faltaría más, infinidad de biógrafos volverán a decir Diego donde decían digo.

Más conjeturas y palabrerías huecas para añadir al repertorio enlorquecido.

Sobre el final de Federico García Lorca sólo hay dos hechos ciertos: el lugar y el día de su muerte. Lo demás son todo especulaciones. El lugar es una franja de terreno situada en el Camino del Obispo, entre Fuente Grande y Víznar, sin que por el momento haya sido posible establecer el punto exacto; se trata de una extensión superior a mil metros lineales sembrada de fosas de manera anárquica (vaguadilla de Aynadamar, llanos de Corvera, el Caracolar, los Pozos de Víznar...). Ahora bien, no hay que confundir lugar de ejecución con lugar de enterramiento definitivo, pues no se descarta un reenterramiento posterior.

En cuanto al día, contamos con un documento irrefutable que señala la madrugada del 18 de agosto de 1936; se trata de una carta del banquero Bérriz Madrigal, quien aquel mismo día escribió al dueño de la Banca Rodríguez Acosta y así lo aseguró (Verano del 36 en Granada, Manuel Titos Martínez, Ed. Atrio, 2005).

No existe ningún otro documento ni fotografía, fiable para un historiador, que haya arrojado luz en los últimos cuarenta años sobre la muerte del poeta. Todos los que hemos publicado algo en tiempos recientes nos hemos movido en el terreno de los testimonios orales o hemos reinterpretado a investigadores de la primera generación lorquiana, cuando no plagiado descaradamente. Y por primera generación hay que mencionar al espía catalano-americano Agustín Penón y al falangista Eduardo Molina Fajardo (con honrosas aportaciones de Couffon, Auclair, Brenan y Gibson). El primero investigó en España durante los años 1955-6 y el segundo durante las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo desde su privilegiado puesto en el diario falangista Patria.

Seguimos empeñados en buscar a Lorca en un pedregal cuando lo tenemos en las librerías y no queremos ni mirarlo. Ahí es donde debemos buscarlo; y enseñarles el camino a nuestros hijos. Seguir empeñados en remover tierra, violentando incluso la voluntad de sus propios familiares, sólo nos puede llevar a otro fiasco como la excavación de diciembre 2009 junto al monolito de Fuente Grande. ¡Y no será que sus promotores no estaban advertidos del fracaso! Ya sabemos adónde nos han conducido hasta ahora los testimonios orales.

El cambio político experimentado en la Diputación de Granada (también en el Ayuntamiento de Alfacar) y los que se auguran en otras administraciones, seguro que va a devolver la sensatez a la cuestión. Los tiros deben apuntar ahora por una mayor promoción de Federico vivo, de su obra, de sus huellas en este olvidado córner de España, más que por la confrontación y el encanallamiento de posturas. Y también, ¿por qué no decirlo?, por aprovechar la figura de Lorca como oportunidad de negocio y marketing local. Granada tiene en él un importante activo que explotar, con el macro-museo lorquiano de la Romanilla a punto de acabar, e infinidad de aristas del poeta por poner en valor.

Viena lo hace de maravilla con Gustav Klimt y Dublín con Joyce. Granada sólo tiene que imitarlas.

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