sábado, 13 de agosto de 2011

18 de agosto

18 de agosto

14.08.11 - 02:09 -


En la madrugada del 17 al 18 de agosto, es decir, del miércoles al jueves próximo, se cumplirán setenta y cinco años del crimen de Granada. Lo hemos contado en otras ocasiones, pero merece la pena recordar la efeméride. Una cadena de adversidades tuvo la culpa. No hubo un sólo responsable; fueron muchos. La mayor de aquellas fatalidades, haber sido detenido por una cuadrilla de exaltados, encabezados por aquel infausto Ramón Ruiz Alonso, por un quítame allá estas envidias. Haber sido detenido, y en el momento menos oportuno: cuando sus amigos falangistas, los Rosales, no podían hacer nada por evitarlo. Por eso pasó menos de dos días en los calabozos de los sublevados, porque, a la segunda noche, lo condujeron a una casa de recreo vacacional cerca de Alfacar, cerca de Granada, en la ladera sur de la sierra de Alfaguara. En la madrugada del 17 al 18 de agosto de 1936.
La sinrazón se comprueba por el trato vejatorio que recibió en esas horas, a pesar de que, antes de iniciar el paseíllo, pudo recibir la visita de su ama que le llevó, entre otras cosas, cariño y tabaco. Compartía celda, entre otros, con los que le acompañarían en sus últimas horas: el maestro cojo y republicano Dióscoro Galindo, y los banderilleros Paco Galardí y Joaquín Arcollas. Los cuatro fueron llevados al camino entre Alfacar y Víznar para recibir una ráfaga de disparos que acabaría con la vida de los cuatro: tres de ellos sin apenas relevancia, la historia se la ha dado aunque ellos no lo esperaran, y el poeta más grande que ha dado España en el siglo XX y quién sabe si más allá del siglo XX.
Fue un disparate. No mayor que todos los que se cometieron en un bando u otro, pero un disparate. Ni el gobernador civil José Valdés, ni la mayoría de los que lo detuvieron, ni por supuesto quienes dispararon aquella madrugada del 18 de agosto, tuvieron conciencia de lo que hacían y a quién estaban asesinando. Daba igual, porque la guerra no distingue condición ni sexo, pero la repercusión internacional no se hizo esperar. Nadie daba crédito a lo que había sucedido. El rumor se extendió como reguero de pólvora. El escritor inglés H. G. Wells (autor, entre otras, de la famosa 'La guerra de los mundos'), a la sazón presidente del Pen Club, puso un telegrama a las autoridades militares solicitando noticias sobre el poeta. El coronel Espinosa le contestó con un lacónico e hipócrita: «Ignoro lugar hállase D. Federico García Lorca». Se dice que hasta a los más altos mandos militares de los nacionales les molestó que en Granada se les hubiera ido la mano de manera tan ligera. La verdad es que fue un empezar a proclamar el nuevo orden del 'por el imperio hacia Dios' con muy mal pie. Colaboró a ese desatino generalizado el haber sido enterrado el poeta en una fosa común, junto a Galindo, Galardí y Arcollas. Fosa común en la que, por cierto, y como se informó en su momento, no han podido ser identificados los restos de Federico, para mayor misterio de un oscuro enigma de la historia.
Un año después de los hechos, cuando éstos estaban más que confirmados, Antonio Machado escribió su célebre poema 'El crimen fue en Granada', en el que proclamaba a los cuatro vientos, todavía lleno de estupor, que 'fue en Granada el crimen sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada'. Ya no quedaba otro remedio que mirar hacia atrás con ira. Recordar a García Lorca y la atrocidad que vivió España, cuyas heridas, por desgracia, no han sido del todo cerradas setenta y cinco años después.
En la madrugada del 18 de agosto próximo llegará el papa Benedicto XVI a Madrid, España. Una de esas visitas pastorales con una pompa y boato que no resiste comparación alguna con los principios de la Iglesia que representa. Es cierto que han pasado muchos siglos desde que el primer pontífice, el pescador Pedro, instaló su modesta iglesia sobre una piedra romana. Y tan modesta. Nada que ver con los preparativos que se dicen, que se muestran y que convertirán Madrid en un inmenso templo lleno de misas, inciensos y procesiones. Me queda la íntima esperanza de que Su Santidad, en algún momento, rece por los caídos por Dios y por España, entre los que se encontrará aquel poeta inquieto y temeroso de la violencia, que fue asesinado en Granada, junto a otros muchos, precisamente en la madrugada del día señalado. Exactamente un mes después de aquella ignominiosa sublevación.

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