La muerte incompleta de LORCA
El Parque de Alfacar acogerá el próximo miércoles la celebración del 75 aniversario de la muerte del poeta aunque, a día de hoy, todo lo relacionado con sus últimas horas y su destino final son incógnitas
Jesús Arias / Granada | Actualizado 14.08.2011 - 05:00
Como todo lo que sucede con Lorca, las cosas o son mágicas o paradójicas. Resulta que la conmemoración de su muerte en el lugar de su muerte, el próximo miércoles, en el Parque Federico García Lorca de Alfacar, no tiene nada que ver con la muerte real del poeta, pues los restos del poeta no se encuentran en donde se había creído hasta ahora ni la fecha de su ejecución coincide con la de los últimos testimonios aparecidos: la madrugada del 17 de agosto. Lorca es, y parece que ya lo será por siempre, el muerto de la muerte incompleta.
Resulta curioso que, en dos poemas suyos, uno, el Romance del Emplazado, y otro, la Fábula y rueda de los tres amigos, el poeta granadino resultase tan profético con su propia muerte. En el primero escribía: "El veinticinco de junio / abrió sus ojos Amargo, / y el veinticinco de agosto / se tendió para cerrarlos". Quitando los días, que Lorca eligió por cuestiones de rima y de métrica, el poeta nació en un mes de junio y fue asesinado en el mes de agosto.
En el segundo poema, perteneciente a Poeta en Nueva York, Lorca escribe: "Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados". Resulta, cuando menos, sobrecogedor.
La reciente aparición del libro Las trece últimas horas en la vida de García Lorca, del investigador granadino Miguel Caballero, han arrojado nuevos datos, algunos de ellos muy reveladores, sobre la ejecución del poeta y las personas que llevaron a cabo su asesinato. Miguel Caballero se pasó tres años recorriendo los cementerios de distintos pueblos granadinos en busca de nombres, de datos. Tuvo acceso a los expedientes de la Policía respecto a todas aquellas personas que, de un modo u otro, aparecían relacionadas con la muerte del poeta. Tomando como libro de partida Los últimos días de Federico García Lorca, del periodista granadino y director en su momento del diario Patria, Eduardo Molina Fajardo, Caballero se dedicó a corroborar uno por uno todos los datos que aparecían en ese libro. Molina Fajardo había estado desde finales de los años sesenta y hasta su muerte, a comienzos de los años ochenta, entrevistando, en su calidad de periodista del Régimen y con carnet falangista, a todo el que pudiera conocer cualquier detalle de la muerte de Lorca. Con él abrieron sus recuerdos muchos de los miembros de la Falange que se sublevaron en Granada en 1936 y aportaron detalles desconocidos hasta entonces: matrículas de coches, nombres, lugares. Molina Fajardo, como en los años 50 habían mantenido los hispanista Claude Couffon y Gerald Brenan, señalaba como lugar de enterramiento de García Lorca uno distinto al que le reveló a los investigadores Agustín Penón, primero, e Ian Gibson después, un supuesto testigo de primera mano, Manuel Castilla Blanco, que aseguraba que él había enterrado a García Lorca cuando estaba preso en Víznar. Luego se demostró que Castilla Blanco ni siquiera estaba en Víznar cuando asesinaron al poeta.
También se tambaleó el testimonio de una nonagenaria Angelina Cordobilla, criada de la familia García Lorca, que juraba y perjuraba que ella le había llevado durante dos días, tras su detención, un termo con café y comida a su "señorito", que estaba retenido en el Gobierno Civil. Los nuevos testimonios señalan que Lorca, detenido por Ramón Ruiz Alonso en la tarde del 16 de agosto de 1936, fue fusilado ese misma noche, antes de las cuatro de la madrugada del 17 de agosto, y no del 19, como se creía hasta ahora.
Miguel Caballero sostiene en su libro que la causa de la muerte de Federico García Lorca había estado en unas viejas rencillas familiares entre su padre, Federico García Rodríguez, con dos clanes -parientes por más señas- de la Vega granadina: los Roldán y los Alba (una de cuyos integrantes, Francisca, inspiraría el último gran drama de Lorca, La casa de Bernarda Alba. No obstante, hay que tener en cuenta que, al margen de venganzas personales, en Granada se había implantado una salvaje máquina de matar que tenía su epicentro en el Gobierno Civil y su máximo cerebro en el gobernador, el falangista y militar José Valdés.
No en vano, en mayo de 1936, es decir, dos meses antes de la sublevación, el general Mola establecía en su Instrucción Reservada número 1 del general Mola: "Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado". Completaba ese ideario una declaración del propio Mola del 19 de julio de 1936: "Hay que sembrar el terror (…) eliminando sin escrúpulos ni vacilaciones a todos los que no piensen como nosotros". En ese contexto, un hombre como García Lorca, del que corría el rumor que era homosexual, que se había caracterizado por sus declaraciones simpatizando por la izquierda y que había declarado en un periódico que "en Granada se agita la peor burguesía de España", estaba muy señalado para ser aplastado por tal maquinaria terrorífica.
El estallido de la Guerra Civil sorprende a García Lorca en la Huerta de San Vicente, su casa de Granada. Unas semanas después, en agosto, durante un registro en busca del casero de la finca de los Lorca, un grupo de falangistas golpea y se mofa del poeta, que intentó defender al casero. Los asaltantes le informan de que, desde ese momento, está bajo arresto domiciliario. Temiendo nuevas palizas y vejaciones, García Lorca acude a su amigo Luis Rosales, perteneciente a una de las familias con mayor influencia sobre la Falange en Granada. Sabe que en su casa, nadie se atreverá a molestarlo. La familia lo acoge con gusto, aunque a algunos de los hermanos Rosales le molestan sus opiniones políticas. Es el 9 de agosto de 1936.
Unos días después, un ex diputado de la CEDA, el partido la derecha católica militante, Ramón Ruiz Alonso, que había sufrido un par de desaires por parte de uno de los hermanos Rosales, José, recibe el soplo de que García Lorca está hospedado en casa de éste. Decide humillar a los falangistas, con los que se siente enfrentado, en la persona de García Lorca. Él mismo, según declararía después Luis Rosales, redactaría la denuncia contra el poeta. A las 13.30 horas de aquel, día, un sábado, se presenta en la casa de los falangistas acompañado por Juan Luis Trescastro, miembro de uno de los clanes enfrentados al padre, y Federico Martín Lagos. Quieren detener al poeta aprovechando que ninguno de los hermanos se encuentra en casa. Finalmente, localizado Miguel Rosales, Ramón Ruiz Alonso muestra la denuncia y éste tiene que acatar la orden. Acompaña al poeta al Gobierno Civil, donde queda detenido.
El gobernador civil, José Valdés, está ausente. Es su segundo de a bordo, el guardia civil retirado Nicolás Velasco, amigo de los Roldán, quien se hace cargo del poeta. Miguel Caballero cree que Valdés debe ser exonerado de la muerte del poeta, cuya orden habría dado Velasco, pero el jefe del destacamento de Víznar, José María Nestares, confesaría al periodista Molina Fajardo, que la orden de ejecución estaba firmada por Valdés, que regresó del frente esa misma noche.
Custodiado por el teniente de la Guardia de Asalto Martinez Fajardo, y un grupo de guardias y posiblemente de civiles pertenecientes a las escuadras negras, Lorca es conducido a La Colonia, en Víznar, un caserío que sirve como prisión improvisada y clandestina. Está acompañado por los banderilleros Juan Arcoyas Cabezas y Francisco Galadí, un peligroso anarquista que motivaría un refuerzo de seguridad. También está detenido el maestro de escuela Dióscoro Galindo. Gibson se basaría en la fecha de la ejecución de Lorca en la partida de defunción del maestro, aunque era una práctica habitual cambiar las fechas de ejecuciones. La de Lorca, por ejemplo, está fechada en el 20 de agosto.
Nestares, que reconoce a Lorca, no se muestra de acuerdo con su ejecución, pero tampoco la impide. Manda a un subordinado suyo, Manuel Martínez Bueno, a que conduzca a los detenidos y sus guardianes hacia la zona de fusilamientos, ubicada en aquellos momentos en los Llanos de Corbera, a 400 metros de donde se creía hasta ahora.
Según Miguel Caballero, la ejecución tuvo que producirse antes de las cinco de la mañana, porque a esa hora el teniente Martínez Fajardo, que debía testimoniar los fusilamientos, tenía que estar en Granada para partir hacia el frente.
Los miembros del pelotón, -los asesinos "oficiales", puesto que es posible que a ellos se les uniesen los que habían traído a Lorca- eran los miembros de la escuadra negra de Víznar: el cabo de Asalto Mariano Ajenjo Moreno, de 53; el pistolero Antonio Benavides Benavides, de 36; Salvador Varo Leyva, de 37; Juan Jiménez Cascales, Fernando Correa Carrasco y Antonio Hernández Martín. Las armas que utilizaron era pistolas Astra, modelo 902, calibre 7,65mm y fusiles Mauser, modelo 1893. Todos ellos, que actuaban como asesinos voluntarios, luego entrarían a formar parte de la Guardia de Asalto como compensación.
En torno a las cuatro de la mañana, debieron sacar a García Lorca y los demás sentenciados de la prisión de La Colonia. Según relataría Martínez Bueno fueron conducidos a lo que entonces se conocía como Cortijo Gazpacho [hoy Cortijo Pepino], debido a que la existencia de unos pozos subterráneos hacía mucho más fácil cavar las fosas.
Nada se sabe si hubo ensamiento con los presos, aunque uno de los ejecutores, Antonio Benavides, alardó después de haberle dado "dos tiros en la cabeza al cabezón", frase que luego sería asumida por Juan Luis Trescastro, que dijo que le había pegado a Lorca "dos tiros en el culo por maricón".
A la mañana siguiente, tres presos de La Colonia, Joaquín García Labella, Francisco Rubio Callejón y Yoldi Ereu, serían los encargados de darle sepultura a los cuerpos. Eso era en la mañana del 17 de agosto. Desde entonces, pese al escándalo internacional y los infructuosos intentos por buscarlo, a Federico García Lorca nunca lo encontraron. ¿Nunca lo encontraron?. No, nunca lo encontraron...
Resulta curioso que, en dos poemas suyos, uno, el Romance del Emplazado, y otro, la Fábula y rueda de los tres amigos, el poeta granadino resultase tan profético con su propia muerte. En el primero escribía: "El veinticinco de junio / abrió sus ojos Amargo, / y el veinticinco de agosto / se tendió para cerrarlos". Quitando los días, que Lorca eligió por cuestiones de rima y de métrica, el poeta nació en un mes de junio y fue asesinado en el mes de agosto.
En el segundo poema, perteneciente a Poeta en Nueva York, Lorca escribe: "Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados". Resulta, cuando menos, sobrecogedor.
La reciente aparición del libro Las trece últimas horas en la vida de García Lorca, del investigador granadino Miguel Caballero, han arrojado nuevos datos, algunos de ellos muy reveladores, sobre la ejecución del poeta y las personas que llevaron a cabo su asesinato. Miguel Caballero se pasó tres años recorriendo los cementerios de distintos pueblos granadinos en busca de nombres, de datos. Tuvo acceso a los expedientes de la Policía respecto a todas aquellas personas que, de un modo u otro, aparecían relacionadas con la muerte del poeta. Tomando como libro de partida Los últimos días de Federico García Lorca, del periodista granadino y director en su momento del diario Patria, Eduardo Molina Fajardo, Caballero se dedicó a corroborar uno por uno todos los datos que aparecían en ese libro. Molina Fajardo había estado desde finales de los años sesenta y hasta su muerte, a comienzos de los años ochenta, entrevistando, en su calidad de periodista del Régimen y con carnet falangista, a todo el que pudiera conocer cualquier detalle de la muerte de Lorca. Con él abrieron sus recuerdos muchos de los miembros de la Falange que se sublevaron en Granada en 1936 y aportaron detalles desconocidos hasta entonces: matrículas de coches, nombres, lugares. Molina Fajardo, como en los años 50 habían mantenido los hispanista Claude Couffon y Gerald Brenan, señalaba como lugar de enterramiento de García Lorca uno distinto al que le reveló a los investigadores Agustín Penón, primero, e Ian Gibson después, un supuesto testigo de primera mano, Manuel Castilla Blanco, que aseguraba que él había enterrado a García Lorca cuando estaba preso en Víznar. Luego se demostró que Castilla Blanco ni siquiera estaba en Víznar cuando asesinaron al poeta.
También se tambaleó el testimonio de una nonagenaria Angelina Cordobilla, criada de la familia García Lorca, que juraba y perjuraba que ella le había llevado durante dos días, tras su detención, un termo con café y comida a su "señorito", que estaba retenido en el Gobierno Civil. Los nuevos testimonios señalan que Lorca, detenido por Ramón Ruiz Alonso en la tarde del 16 de agosto de 1936, fue fusilado ese misma noche, antes de las cuatro de la madrugada del 17 de agosto, y no del 19, como se creía hasta ahora.
Miguel Caballero sostiene en su libro que la causa de la muerte de Federico García Lorca había estado en unas viejas rencillas familiares entre su padre, Federico García Rodríguez, con dos clanes -parientes por más señas- de la Vega granadina: los Roldán y los Alba (una de cuyos integrantes, Francisca, inspiraría el último gran drama de Lorca, La casa de Bernarda Alba. No obstante, hay que tener en cuenta que, al margen de venganzas personales, en Granada se había implantado una salvaje máquina de matar que tenía su epicentro en el Gobierno Civil y su máximo cerebro en el gobernador, el falangista y militar José Valdés.
No en vano, en mayo de 1936, es decir, dos meses antes de la sublevación, el general Mola establecía en su Instrucción Reservada número 1 del general Mola: "Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado". Completaba ese ideario una declaración del propio Mola del 19 de julio de 1936: "Hay que sembrar el terror (…) eliminando sin escrúpulos ni vacilaciones a todos los que no piensen como nosotros". En ese contexto, un hombre como García Lorca, del que corría el rumor que era homosexual, que se había caracterizado por sus declaraciones simpatizando por la izquierda y que había declarado en un periódico que "en Granada se agita la peor burguesía de España", estaba muy señalado para ser aplastado por tal maquinaria terrorífica.
El estallido de la Guerra Civil sorprende a García Lorca en la Huerta de San Vicente, su casa de Granada. Unas semanas después, en agosto, durante un registro en busca del casero de la finca de los Lorca, un grupo de falangistas golpea y se mofa del poeta, que intentó defender al casero. Los asaltantes le informan de que, desde ese momento, está bajo arresto domiciliario. Temiendo nuevas palizas y vejaciones, García Lorca acude a su amigo Luis Rosales, perteneciente a una de las familias con mayor influencia sobre la Falange en Granada. Sabe que en su casa, nadie se atreverá a molestarlo. La familia lo acoge con gusto, aunque a algunos de los hermanos Rosales le molestan sus opiniones políticas. Es el 9 de agosto de 1936.
Unos días después, un ex diputado de la CEDA, el partido la derecha católica militante, Ramón Ruiz Alonso, que había sufrido un par de desaires por parte de uno de los hermanos Rosales, José, recibe el soplo de que García Lorca está hospedado en casa de éste. Decide humillar a los falangistas, con los que se siente enfrentado, en la persona de García Lorca. Él mismo, según declararía después Luis Rosales, redactaría la denuncia contra el poeta. A las 13.30 horas de aquel, día, un sábado, se presenta en la casa de los falangistas acompañado por Juan Luis Trescastro, miembro de uno de los clanes enfrentados al padre, y Federico Martín Lagos. Quieren detener al poeta aprovechando que ninguno de los hermanos se encuentra en casa. Finalmente, localizado Miguel Rosales, Ramón Ruiz Alonso muestra la denuncia y éste tiene que acatar la orden. Acompaña al poeta al Gobierno Civil, donde queda detenido.
El gobernador civil, José Valdés, está ausente. Es su segundo de a bordo, el guardia civil retirado Nicolás Velasco, amigo de los Roldán, quien se hace cargo del poeta. Miguel Caballero cree que Valdés debe ser exonerado de la muerte del poeta, cuya orden habría dado Velasco, pero el jefe del destacamento de Víznar, José María Nestares, confesaría al periodista Molina Fajardo, que la orden de ejecución estaba firmada por Valdés, que regresó del frente esa misma noche.
Custodiado por el teniente de la Guardia de Asalto Martinez Fajardo, y un grupo de guardias y posiblemente de civiles pertenecientes a las escuadras negras, Lorca es conducido a La Colonia, en Víznar, un caserío que sirve como prisión improvisada y clandestina. Está acompañado por los banderilleros Juan Arcoyas Cabezas y Francisco Galadí, un peligroso anarquista que motivaría un refuerzo de seguridad. También está detenido el maestro de escuela Dióscoro Galindo. Gibson se basaría en la fecha de la ejecución de Lorca en la partida de defunción del maestro, aunque era una práctica habitual cambiar las fechas de ejecuciones. La de Lorca, por ejemplo, está fechada en el 20 de agosto.
Nestares, que reconoce a Lorca, no se muestra de acuerdo con su ejecución, pero tampoco la impide. Manda a un subordinado suyo, Manuel Martínez Bueno, a que conduzca a los detenidos y sus guardianes hacia la zona de fusilamientos, ubicada en aquellos momentos en los Llanos de Corbera, a 400 metros de donde se creía hasta ahora.
Según Miguel Caballero, la ejecución tuvo que producirse antes de las cinco de la mañana, porque a esa hora el teniente Martínez Fajardo, que debía testimoniar los fusilamientos, tenía que estar en Granada para partir hacia el frente.
Los miembros del pelotón, -los asesinos "oficiales", puesto que es posible que a ellos se les uniesen los que habían traído a Lorca- eran los miembros de la escuadra negra de Víznar: el cabo de Asalto Mariano Ajenjo Moreno, de 53; el pistolero Antonio Benavides Benavides, de 36; Salvador Varo Leyva, de 37; Juan Jiménez Cascales, Fernando Correa Carrasco y Antonio Hernández Martín. Las armas que utilizaron era pistolas Astra, modelo 902, calibre 7,65mm y fusiles Mauser, modelo 1893. Todos ellos, que actuaban como asesinos voluntarios, luego entrarían a formar parte de la Guardia de Asalto como compensación.
En torno a las cuatro de la mañana, debieron sacar a García Lorca y los demás sentenciados de la prisión de La Colonia. Según relataría Martínez Bueno fueron conducidos a lo que entonces se conocía como Cortijo Gazpacho [hoy Cortijo Pepino], debido a que la existencia de unos pozos subterráneos hacía mucho más fácil cavar las fosas.
Nada se sabe si hubo ensamiento con los presos, aunque uno de los ejecutores, Antonio Benavides, alardó después de haberle dado "dos tiros en la cabeza al cabezón", frase que luego sería asumida por Juan Luis Trescastro, que dijo que le había pegado a Lorca "dos tiros en el culo por maricón".
A la mañana siguiente, tres presos de La Colonia, Joaquín García Labella, Francisco Rubio Callejón y Yoldi Ereu, serían los encargados de darle sepultura a los cuerpos. Eso era en la mañana del 17 de agosto. Desde entonces, pese al escándalo internacional y los infructuosos intentos por buscarlo, a Federico García Lorca nunca lo encontraron. ¿Nunca lo encontraron?. No, nunca lo encontraron...